Observo el cielo nocturno desde hace tres días, igual que millones de personas fascinadas por este evento sin precedentes. Sin embargo, en mi interior, esta maravilla celestial resuena con una historia de mi juventud que me provoca un escalofrío aterrador.
En 1955, con mi recién obtenido título de Licenciado en Ciencias Matemáticas, me encontraba trabajando en el Observatorio Astronómico de La Plata, como asistente del Dr. Carlos Jaschek. Mi tarea era calcular los modelos matemáticos de las órbitas de diversos astros, en base a las observaciones efectuadas.
Desde la ventana de mi improvisada oficina, un rincón abarrotado de enseres, divisaba el parque que circundaba el observatorio y, más allá de los árboles, la cúpula del edificio universitario. Era una mañana soleada de septiembre, y había abierto la ventana para ventilar el ambiente cargado por la humedad de los papeles y carpetas que me rodeaban.
El Dr. Jaschek era de esos tipos distinguidos, que vestían prendas a la moda europea. Sus camisas planchadas eran duras como cartón. Alto y con aire intelectual, había publicado varios artículos desde 1948 en la revista Asociación Argentina Amigos de la Astronomía. Él decía que los editores siempre esperaban con interés sus textos, pues recibían muchas cartas de lectores y suscriptores nuevos. En aquel momento, yo quería ser como él, me imaginaba frente a un auditorio impartiendo cátedra. Me recosté sobre el respaldo de la silla dando rienda suelta a mis fantasías, mientras mis ojos paseaban por las nubes que empezaban a cubrir el cielo. ¿Nubes? ¿De dónde salieron?
Me incliné hacia la ventana, estirando el cuello para poder ver más, cuando observé una mujer cruzando el parque dirigiéndose hacia mí. Parecía extranjera, por sus ropas. Bastante entalladas para la época y con un pantalón de corte masculino con numerosos bolsillos. También vestía una chaqueta que no pude definir su material, de color azul brillante. Portaba en su mano una carpeta negra de tapa dura. Su cabello estaba recogido hacia atrás.
Pasó por debajo de la ventana sin dirigirme la mirada y fue directo a la puerta del observatorio a la que golpeó con sus nudillos, como si tuviera prisa.
Imaginé que sería alguna aficionada a la astronomía, que traía sus papeles de trabajo y observaciones. Al Dr. Jaschek le disgustaba perder tiempo con este tipo de personajes, que solo hablaban de ideas y suposiciones de difícil comprobación, pues no eran realizadas con criterio científico.
Estaba solo en el observatorio y mi jefe me había prohibido terminantemente que ingresaran personas ajenas a las instalaciones. Decía que el telescopio Ecuatorial Gautier era tan valioso como una joya y preciso como el reloj más caro. Se jactaba de que sólo manos expertas podían operarlo.
Entreabrí la puerta apoyando mi cuerpo para darle una clara señal a la mujer de que no le permitiría entrar y descubrí que no tenía el cabello recogido, sino un corte rapado al estilo militar. Me habló con un curioso acento que no puede reconocer su origen.
—Buenos días. ¿Es usted el astrónomo responsable del observatorio?
—Buenos días señorita. Soy su asistente. Usted debe estar buscando al Dr. Jaschek, lamentablemente se encuentra de viaje. Regresará la próxima semana.
Me respondió que no tenía tiempo para esperarlo, que partiría pronto. La noté impaciente, miraba hacia el piso y hacia los lados, como tratando de tomar una decisión difícil. Tras unos segundos de vacilación, me tendió la carpeta, me solicitó que entregará esta información muy importante de la que dependía el futuro de la humanidad.
Al finalizar de hablar, deduje al instante lo que estaba sucediendo. Esa mujer habría escapado del Asilo de Alienadas de la calle 39. Su corte de pelo era para evitar los piojos. El acento estaría provocado por un trastorno neurológico. Y su ropa, nada propia, debía haber sido sustraída del asilo para reemplazar las típicas batas grises.
Me negué con la cabeza y una sonrisa cortés. Le indiqué que se dirigiera a la recepción de la universidad, allí podrían ayudarla. Elevó el brazo y, al deslizar la manga, reveló un objeto en su pulsera: un rectángulo de gran tamaño, como un espejo. Con los dedos deslizándose sobre el cristal, me anunció que su tiempo se agotaba. Sin tomar aliento me relató una extraña historia.
Ella era una viajera del tiempo y su misión era alertarnos de una invasión de seres de otros mundos llamados Silurianos. Son conocidos en el universo por avasallar civilizaciones menos desarrolladas.
Comprendía que no creyera en sus palabras, pero la carpeta contenía pruebas de que una estrella de color celeste surgiría de manera inesperada a la latitud 34° 35' Sur, es decir, sobre el cielo de Buenos Aires.
Abrió la carpeta y me la entregó. Quede sorprendió por la calidad de impresión de los documentos, era superior a la de los libros importados. Contenía una gran cantidad de gráficos ilustrativos de belleza inusual.
De pronto, un viento intenso se levantó, que me obligó a entrecerrar los ojos. Al mirar el cielo, vi cómo las nubes se arremolinaban violentamente sobre el observatorio, formando un vórtice perfecto. Ella me explicó que esa tormenta era una consecuencia directa del viaje en el tiempo y que se disiparía a su partida.
Como si estuviera en una carrera, buscó entre los papeles el dibujo de la estrella, que en realidad no lo era. Los Silurianos también viajan en el tiempo para atravesar grandes distancias interestelares con sus naves, estas se aglutinan como un racimo. Cuando llegan a destino, encienden sus motores de desaceleración emitiendo un color del espectro lumínico azul. Más próximos al objetivo, comienzan a separarse en naves individuales.
Al terminar de decir la última palabra, una violenta ráfaga de viento me empujó hacia atrás y caí de espaldas. La puerta se abrió golpeando la pared. Temí por la integridad del telescopio. Me levante de prisa para cerrar la puerta, pero la misteriosa mujer ya no estaba. Al cabo de unos segundos la tormenta desapareció y yo me hallaba recolectando la documentación esparcida por todo el piso.
En los días siguientes, me avoqué a analizar la información y hallé que los modelos matemáticos utilizados se regían por otras reglas que no podía descifrar. Decidí mantenerlo en secreto hasta la llegada del Dr. Jaschek.
El 16 de septiembre de 1955, se produjo el golpe de estado que derrocó al gobierno nacional. Las universidades fueron intervenidas y todas sus oficinas satélites, lo que incluía al observatorio. Cuando se nos permitió ingresar, hallamos que mucha documentación fue secuestrada para el análisis por las actuales autoridades. Ellos buscaban posibles planes opositores o de resistencia en contra de su gobierno.
La documentación jamás fue devuelta. El tiempo pasó y olvidé el asunto hasta ahora. Con la respiración agitada, veo en la televisión la transmisión de imágenes del Telescopio Espacial James Webb. La misteriosa estrella celeste está experimentando una fragmentación en decenas de partes.