Desnudo, se detuvo en la cima de la escalera que descendía al sótano. Una lámpara sobre un escritorio iluminaba tenuemente el ambiente. También distinguía una cama. Buscó un interruptor de luz, pero no encontró ninguno. Dudó un instante antes de bajar, hasta que escuchó una voz femenina.
—Leave the door open. I’ll be right with you.
—¡Ok, Harper! —respondió Hugo. Desde el dormitorio, la adinerada estadounidense había gritado que dejara la puerta abierta y que bajaría en un minuto. El inmigrante hondureño, confiado, comenzó a descender.
Desde el mediodía se encontraba en la mansión, sumergido en un maratón sexual con una mujer que le doblaba la edad. Nunca hubiera imaginado que aceptar un trabajo tan mal remunerado en una agencia de reparaciones domésticas le abriría las puertas a una posible vida de lujos. Todo había comenzado con un inocente intercambio de miradas mientras él limpiaba las alfombras. Luego, ella le preguntó si había inmigrado solo. La invitación a pasar un día en la mansión fue tan excitante que no lo dudó ni un instante.
A medida que descendía, sus ojos se acostumbraron a la penumbra y pudo apreciar mejor el escritorio de madera, con intrincados tallados. Le sorprendió encontrar un piso de madera lustrada; se sentía muy bien caminar descalzo sobre él. La cama, ubicada en el centro de la habitación, era el escenario de las fantasías que Harper pretendía representar.
Detrás del escritorio, sobre la pared, detectó una araña de gran tamaño. Se le erizó el vello, y su miembro viril, que hasta ese momento tenía cierto rigor, se redujo al tamaño de una aceituna. Quedó paralizado, casi sin respirar. “¿Acaso está loca? ¿Quiere hacerlo con una araña suelta?”, se preguntó alterado. Sus pupilas se dilataron hasta que logró observar el marco. Estaba disecada y cubierta por un vidrio.
Suspiró y se secó las manos húmedas en sus nalgas. Se acercó para apreciar a esa bestia depredadora. La reconoció por las manchas en su lomo: era una tarántula Goliat. Recordaba cuando se internaba en los manglares para pescar, que estas criaturas daban caza a pequeñas aves. Les inyectaban un veneno que las paralizaba y descomponía sus tejidos en una sustancia viscosa. Después de uno o dos días, la araña introducía su boca en forma de sorbete en el cadáver de su víctima y lo absorbía. Sus presas quedaban con la piel pegada a los huesos.
Hugo desvió la vista hacia la pared, empapelada con un elegante dibujo de filigranas doradas. "¡Esto es un palacio comparado con la pensión en donde vivo!", exclamó para sí.
¿Cómo puedo lograr que Harper me tome en serio? ¿Si le digo que la amo y que no me importa su edad? ¿Cómo podría satisfacerla más en la cama para que no quisiera deshacerse de mí? Cientos de pensamientos se agolpaban en su cabeza. Si se quedaba con ella, estaría a solo un paso de vivir el famoso sueño americano. Pensó con ilusión y sintió cómo su corazón latía con más fuerza. "Todo lo que me dijeron que era difícil, que desconfiara de los gringos, eran solo mentiras. ¡Ya estoy viviendo en el primer mundo!", pensó sonriendo.
De pronto, escuchó un suave rasguido en la pared. No pudo precisar de dónde provenía el ruido. También notó una leve corriente de aire que se movía dentro del sótano. Buscando una explicación lógica, dedujo que alguna ventana debía estar entreabierta, y permitía que el viento entrara y moviera algo en su recorrido.
Al girar, encontró un libro sobre el escritorio que antes no había notado. Era muy grande, necesitaba las dos manos para sostenerlo. Las tapas eran de cuero, pero estaban bastante ajadas, denotando su antigüedad. No tenía título, solo una serie de símbolos extraños. Al abrirlo, descubrió que había sido escrito a mano, en una lengua que no reconocía. Le llamaron la atención unos dibujos de una araña junto con figuras humanas. “¿Será un ritual?”, se preguntó, tratando de descifrar el significado de aquellos escritos.
Su mente era un torbellino de preguntas y enigmas, hasta que volvió a escuchar a la madura estadounidense.
—You good? I’m heading down.
—Yes, yes —respondió Hugo ante la inminente aparición de su amante. Tomó una profunda inspiración e intentó inflar sus pechos y tensar los músculos de su cuerpo para mostrarse como un fornido amante latino. Encogió el estómago para que quedara plano y frotó superficialmente su miembro, que ya comenzaba a reaccionar.
Se paró de espaldas a la cama, con los brazos abiertos, y se dejó caer sobre ella. Su cuerpo hundió el colchón y escuchó un ¡tac!, el mismo sonido con el que se activa un mecanismo.
La puerta del sótano se cerró de inmediato con un golpe seco. El pobre inmigrante descubrió con horror que, suspendida del techo, una araña de un tamaño mayor que él lo observaba con sus profundos ojos negros que reflejaban la luz de la lámpara.
Se balanceaba hacia un lado y hacia otro, de forma lenta, casi imperceptible. Hugo se mantuvo inmóvil, solo movía los ojos en busca de algo con qué defenderse. Fijó la vista en la puerta y se dio cuenta de que no tenía manija. Estaba encerrado con el depredador. La única opción que encontró fue tomar la lámpara e intentar golpear a la araña cuando atacara, pero quedaría ciego. Sin otra alternativa, decidió levantarse a toda velocidad. Su espalda ni siquiera logró despegarse del colchón cuando la criatura cayó sobre él, inyectándole el veneno en el pecho.