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Corre Corre Corre (thriller)

Reseña: Tomar malas decisiones y dejarse engañar por las apariencias, no fue una buena idea para estos tres jóvenes (1750 palabras).

 


"En la primavera de 2023, tres excursionistas fueron hallados muertos en circunstancias escalofriantes en el área rural de San Agustin. Sus pertenencias personales se encontraban intactas junto a ellos, descartando el robo como motivo.


Los cuerpos fueron encontrados semidesnudos y mutilados, con la ausencia de sus órganos internos. Lo más desconcertante para los investigadores fue el tipo de heridas: las víctimas habían sido apuñaladas con brutalidad por la espalda con un objeto punzante de tres puntas, lo que les provocó fracturas costales. Se presume que el asesino utilizó esta táctica para dejarlos indefensos antes de atacar.


Una de las escenas más impactantes fue la de uno de los jóvenes, cuyo rostro había sido completamente extirpado.


Ante tales hechos, surgieron diversas teorías, desde la participación de sectas diabólicas hasta la intervención de fuerzas extraterrestres.


A pesar de las evidencias tan misteriosas, las autoridades locales cerraron el caso a las pocas semanas, atribuyendo las muertes a un envenenamiento y asegurando que los cuerpos habían sido devorados por aves de rapiña, animales salvajes y larvas de insectos.


Sectas, extraterrestres, fenómenos sobrenaturales... El enigma de lo ocurrido sigue sin resolverse”


Finaliza el relato Tonton, imitando la voz de un locutor de televisión para añadir un toque de misterio a la historia.


—Cállate, tonto... ¿De dónde sacaste eso? —pregunta Erik, recostado sobre su cama junto a su novia Luna.


—De esta revista vieja que tienes debajo de esta alfombra que huele a podrido —responde Tonton, retorciéndose de risa en el suelo de la habitación de su amigo.


—Recuerdo que la policía visitó la tienda de mi papá preguntando si había visto a los excursionistas y a alguien más con ellos —agrega Luna, con la cabeza recostada sobre la almohada y masticando el mismo chicle desde hace horas.


—¿Y qué respondió? —pregunta Tonton con una cara de crédulo.


Luna, algo aburrida de la conversación, da media vuelta sobre la cama y le lanza un gas en la cara a Tonton.


El incauto muchacho se echa hacia un lado y vocifera: —¡Eres una cerda! —mientras Erik rompe en carcajadas.



Esta es la vida de estos tres jóvenes en el olvidado pueblo de San Agustín. Siempre los han considerado rebeldes, pero es la única manera que conocen de enfrentar su realidad: padres ausentes que les exigen logros que ni ellos mismos han podido alcanzar, proyectando sus sueños incumplidos. En el caso de Luna, la situación es aún peor, ya que es casi una refugiada en la casa de Erik, escapando de los intentos de abuso de su padre.


La amistad que han forjado es lo más parecido a una familia que conocen. Sueñan con vivir en la ciudad, escapar del pueblo lo antes posible, pero saben que sin dinero no llegarán muy lejos.


—Tengo una idea... —propone Erik, tomándose su tiempo para hablar como lo haría un gran sabio a punto de revelar una verdad universal—. Hace una semana vi a la señora Novak en el pueblo haciendo compras. Esa vieja maneja una cantidad considerable de dinero.


—¿Estás hablando de la vieja loca que vive casi en medio del bosque, alejada de todos? —pregunta Tonton, frunciendo el ceño y llevándose la mano a la barbilla.


—Esa misma. Su marido era millonario o algo parecido. Vinieron de la ciudad hace diez años, pero él murió y ella se ha quedado sola desde entonces. Debe tener dinero y cosas de valor escondidas.


Luna permanece pensativa y en silencio hasta que dice: —No me gusta la idea. La señora Novak fue muy buena conmigo. Ese día, mi papá me lastimó la mano, dejándome esta cicatriz. Corrí desesperada sin rumbo y me encontré perdida en el bosque, bañada en lágrimas. De repente, ella apareció y, con un pañuelo que olía a flores, me secó las lágrimas. Hablamos un rato, me dijo que era hermosa y me dio consejos para lidiar con el carácter de mi familia...


—No vamos a matarla. Solo tomamos lo que nos sirva y nos largamos. Es vieja, ¿para qué quiere las cosas? —responde Erik con desdén.


—¡Hagámoslo esta noche! —dice Tonton, frotándose las manos—. Nos pondremos máscaras para que no nos reconozca.



Y así, pasada la medianoche, Erik estaciona su destartalado automóvil a unos cien metros de la cabaña para evitar despertar a la señora Novak con el estridente ruido del motor.


Los tres descienden y se adentran en la oscuridad, iluminando el camino con linternas. Sus caras están cubiertas con trapos anudados a sus cabezas, con dos orificios para ver. Erik carga una barra de hierro para forzar las puertas.


Parados frente a la cabaña, notan que es más grande de lo que imaginaban. El jardín está descuidado y cubierto de maleza. Solo una luz exterior ilumina la puerta, sumiendo al resto de la propiedad en una oscuridad absoluta.


Sin perder tiempo, Erik comienza a forzar la puerta, mientras Luna espera impaciente y Tonton siente una extraña sensación como si alguien lo estuviera observando. Un escalofrío le recorre la espalda. Gira su linterna hacia la pared a oscuras y descubre una pequeña ventana casi al ras del suelo.


—¡Erik! Creo que la vieja tiene un sótano, tal vez podamos entrar por ahí —dice Tonton. Se agacha y acerca la luz para intentar ver el interior, pero no logra distinguir nada. Mientras forcejea con la ventana, escucha la puerta principal ceder y abandona la tarea.


Al entrar, se encuentran con una sala oscura. Sus haces de luz iluminan vertiginosamente cada rincón, revelando una gran cantidad de adornos. En una vitrina, relucen objetos valiosos: una colección de relojes antiguos.


Tonton, excitado por la posibilidad de llevarse todo, se mueve sin cuidado. Golpea un jarrón que cae al suelo, produciendo un estruendo ensordecedor. Al instante, escuchan la puerta de una habitación en el primer piso abrirse y las luces encenderse.


Cruzan miradas desesperadas. Luna y Tonton están a punto de retirarse, pero Erik los detiene y dice: —De aquí no nos vamos con las manos vacías.



La señora Novak baja las escaleras y encuentra a los tres intrusos. Se detiene a mitad del recorrido, sus ojos se agrandan de terror y se lleva las manos al pecho. —Por favor, no me hagan daño, llevense lo que quieran… —logra decir, casi sin aliento.


—¡Tú! Quédate con ella mientras revisamos la casa —dice Erik a Luna, evitando decir nombres para no ser identificados.


Luna se acerca rápidamente a la mujer y la ayuda a bajar las escaleras para sentarla en una silla. Mientras Erik y Tonton revuelven todo buscando dinero escondido, la señora Novak observa la cicatriz en la mano de la joven y dice: —Tú eres muy dulce y buena, cuídate de estos muchachos, ellos te descartarán como basura cuando te descuides.


A pesar de que Luna no responde, toma la mano fría de la mujer.


—¡Erik! ¡Encontré la puerta del sótano! —grita Tonton, y la mujer se sobresalta y cierra los ojos como esperando lo peor. Erik se detiene frente a la puerta metálica, bloqueada con dos cerraduras y con una pequeña ventana como un pasaplatos.


—¿Qué demonios tienes aquí? ¡Oye! Trae a la vieja —ordena Erik a Luna.


La señora Novak camina a paso lento, intentando dilatar el tiempo, pero se encuentra cara a cara con un Erik que ni Luna reconoce.


—Abra la puerta, señora —ordena el joven iracundo. Su máscara de trapo se encuentra empapada de sudor.


La mujer, lejos de hacerle caso, responde: —No hay nada de valor allí. Mis ahorros están en el banco, pero tengo algo de dinero oculto en mi dormitorio.


Erik aprieta los labios con desagrado por no ser respetado por la vieja y la toma del cuello del pijama. Sin pensarlo, Luna interviene sujetando el brazo de su novio. —¡No, Erik! Dijiste que no le harías daño.



—¡Estúpida! Dijiste mi nombre —grita, soltando a la señora Novak y empujando a Luna hacia un lado. Ambas mujeres cruzan miradas, confirmando la predicción de la anciana.


Tonton, impaciente, destraba el pasador de la ventanilla e introduce la linterna. Logra ver una mesa, un catre y objetos de uso cotidiano, todo sumido en desorden y suciedad. —¡Hola! ¿Alguien está dentro? —pregunta, pero la respuesta es una espesa bocanada de aire viciado que lo hace toser.


—Era la habitación de nuestro hijo. Él no nació sano como todos los niños. Con mi esposo gastamos todo lo que teníamos para tratarlo, a pesar de ello, los medicamentos empeoraron su estado… —dice la señora Novak, rompiendo en un llanto silencioso. Luna la abraza para consolarla.


Erik baja la cabeza al darse cuenta de lo inútil que sería revolver el sótano, pero Tonton sorprende a todos al descubrir las llaves sobre el marco de la puerta. —¡Aquí están!


—¡No abran, por favor! —suplica la señora Novak.


—Fíjate rápido si algo puede servirnos y continuemos con las habitaciones de arriba —ordena Erik.


El sonido de las cerraduras produce un eco como si se estuviera abriendo una bóveda. La pesada puerta chirría al abrirse. Tonton ingresa, pero se detiene y comienza a retroceder en silencio. De la oscuridad emerge una figura imponente, con un cuerpo robusto y un poncho largo que oculta sus brazos. Lo más impactante es lo que cubre su rostro: una máscara grotesca.


—Él es mi hijo, Joseph —dice la señora Novak—. Quiere ser como todos los jóvenes. Le arrancó la cara a unos malvados que se burlaron de él en el bosque y se la ha puesto encima.


Los tres amigos se mantienen inmoviles ante tal revelación, expectantes ante los movimientos de Joseph, quien no hacía otra cosa que mirarlos con sus inmensos ojos negros a través de los orificios de su máscara de carne, que al deshidratarse, se había contraído ajustándose a su cara. Los únicos sonidos eran la voz de su madre y la respiración profunda de su hijo.


Joseph alza sus brazos y se descubre que, en lugar de manos, exhibe tres pezuñas puntiagudas en cada una.


—Lo lamento. Les advertí que no abrieran la puerta —dice la señora Novak. Sus palabras suenan frías y despojadas de todo sentimiento.


Luna, advirtiendo un enfrentamiento inminente donde todos podrían resultar muertos, se quita la máscara y toma de la mano a la mujer. —Por favor, nos iremos y no diremos nada de todo esto.


—No te preocupes por ti. Recuerdo aquella vez que mi pequeño Joseph vino a mí, agitado de correr, para avisar que había visto una hermosa niña llorando en el bosque. Fue así como te encontré. Desde entonces, siempre te ha recordado y yo rezaba todos los días para que Joseph tuviera una oportunidad de conocerte. Y se cumplió.




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