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Rostro sin ojos (Terror)

Reseña: Víctor es un mujeriego irremediable. Su esposa lo descubre y planea una venganza. La magia y el horror dan vida a esta historia 

Tiempo de lectura: 25 min.


CAPÍTULO I - Víctor y sus engaños

Víctor reposa desnudo en la cama del apartado motel a diez millas de la ciudad. La noche se presenta tormentosa y el viento agita con suavidad el cartel luminoso del establecimiento. El motel acoge a viajeros que desean preservar su anonimato o que buscan ocultar algún secreto. En sus veinte habitaciones, un crisol de caras se sucede, cada una con sus propias historias. Algunas sencillas y otras tan oscuras que resulta difícil olvidarlas.

No es la primera vez que Víctor engaña a su esposa con cualquier mujer. Esta noche no será una más. Su amante se encuentra en el baño, dedicada a lavarse antes del acto. Víctor está impaciente y busca distracciones en su entorno para matar el tiempo. Puede divisar relámpagos en el horizonte, intermitentes destellos que se suman al ambiente turbulento. Una pequeña araña teje su tela, cruzando la ventana. El tapiz de las paredes muestra un verde descolorido. ¡Deberían reemplazarlo!, piensa Víctor.

Su atractiva amante se llama Helen, aunque en realidad a él no le importa su nombre, solo le interesa compartir la cama con ella. Se regocija por su suerte tumbado boca arriba. Víctor está transpirando, pasa la mano por su muslo y la retira mojada, la seca en las sábanas. 

Helen posee el cuerpo más atractivo que jamás haya visto, y su rostro está esculpido por los ángeles. Logró encender en Víctor el fuego de un deseo primal. Su mandíbula descendió lentamente, dejando al descubierto una expresión de asombro, cuando la vio entrar en su oficina, moviendo sus piernas y caderas con gracia dentro del ajustado vestido rojo. Fue directa, casi le suplicó que se acostara con ella.

Luego Víctor llevó a cabo su habitual artimaña: llamó a Sandra, su esposa, y le comunicó que surgió una cena de negocios de manera imprevista. A medida que avance la noche, le dirá que su automóvil ha sufrido una avería, que llegará más tarde de lo esperado y le advertirá que no lo espere despierta.


CAPÍTULO II - Sandra lo sabe todo

Sandra rememora vívidamente el día en que descubrió que su marido la engañaba. El muy insensato no tuvo reparos en sostener una conversación telefónica con su amante, mientras jugueteaba distraídamente con los juguetes de sus hijos. ¡Como si no pudiera oírlo!, recuerda con furia.

Sandra no dijo nada aquel día, decidió guardar silencio y mantener el secreto. Esperó pacientemente para confirmarlo con sus propios ojos. Durante la conversación de Víctor, sus oídos aguzados captaron fragmentos de palabras que revelaban un encuentro planeado al día siguiente, por la tarde, en un restaurante ubicado al norte de la ciudad.

Llegado el momento señalado. Sandra se apostó a escasos metros de la puerta de entrada del establecimiento, y sin titubeos, divisó a Víctor llegar acompañado de una deslumbrante mujer que atraía las miradas de todos. Pero no termino allí. Ella esperó pacientemente hasta que finalmente ambos salieron juntos y se adentraron en un hotel ubicado en las cercanías del lugar. Aquel día, Víctor le había dado la excusa de una prolongada reunión de trabajo que se extendería hasta tarde. 

¡Qué ingenua he sido! Se reprocha Sandra acurrucada en silencio en el lugar más oscuro de la casa.

Sandra, en su íntimo mundo de venganza, opta por guardar silencio y planear meticulosamente su estrategia. Por ahora, decidirá mantener su papel de esposa inocente y desprevenida frente a Víctor, ocultando sus verdaderas intenciones.

Días después, desahoga su cólera confesando a Clara, su mejor amiga, lo que ha descubierto de Víctor. Haciendo memoria y atando cabos, deduce que hace mucho tiempo lleva una doble vida. Mucho antes de que nacieran sus dos pequeños hijos que juegan en la habitación contigua de la casa. Sandra se reclina y apoya la frente sobre sus manos mientras cuenta la historia. Clara la toma de los hombros como una manera de darle ánimo, de evitar que caiga en abismos destructivos.

Su amiga le aconseja que se comunique con la Sra. Bordeaux, una anciana con poderes esotéricos, quién resolvió los problemas con su exmarido. En el pasado, Clara se encontraba atrapada en una relación violenta. No sólo la engañaba, sino que también poseía una naturaleza agresiva. Ella debía vestir pantalones y mangas largas para cubrir los moretones, sabía muy bien donde golpearla para no ser evidente. Pero su peor miedo era la amenaza de lastimar al hijo que ambos tenían en común, si ella se atrevía a denunciarlo. Afortunadamente, alguien le habló de la Sra. Bordeaux, le relató su caso y en tan solo dos días su exesposo abandonó la casa. Ni siquiera tuvo la oportunidad de verlo partir. Desde entonces, no ha vuelto a tener noticias de él.

Aunque Sandra duda de los supuestos poderes mágicos de una anciana, decide que no tiene nada que perder. Si la Sra. Bordeaux es tan efectiva como relata su amiga, vale la pena intentar una buena venganza contra Víctor.


CAPÍTULO III - Richard se lleva una sorpresa

Tras una espera que agudiza el deseo de Víctor hasta límites insospechados, su corazón bombea sangre con una fuerza desbordante. Cada músculo de su cuerpo palpita de calor al compás del líquido carmesí. Por fin, Helen emerge del aseo, ataviada únicamente con una bata de encaje casi transparente, abierta de par en par, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Avanza tomando su tiempo hacia donde aguarda su amante y se detiene a los pies de la cama. Víctor sonríe lamiéndose los labios ante el espectáculo que presencia. 

Ven, nena, ya no aguanto más susurra con la impaciencia de un niño anhelando recibir su regalo, mientras extiende sus brazos.

Tendrás que esperar un segundo más, me gusta verte impaciente responde con tono sugestivo. 

Apenas concluyen sus palabras, un relámpago estalla en el cielo. Ilumina sus cuerpos y el modesto mobiliario de la habitación. Víctor, de manera instintiva, desvía su mirada hacia la ventana. Queda maravillado por los rayos que surcan el cielo nocturno, dejando tras de sí trazos de fisuras luminosas. 

Sin embargo, habría sentido un escalofrío recorriendo su espalda si hubiese seguido observando a Helen. Ella no apartaba la mirada de él, fija como un depredador acechando a su presa. Cuando la luz de los relámpagos iluminó el rostro de la mujer, reveló su verdadera naturaleza: sus ojos y boca no eran más que profundas cavernas negras, capaces de absorber el último suspiro de sus víctimas. Un terror insostenible lo habría consumido, haciéndolo desear estar muerto antes que acostarse con esa criatura.

Ven aquí conmigo, nena, tengo cosas que te gustarán.

Helen se inclina sobre la cama y comienza a aproximarse apoyando sus manos y rodillas, como una pantera hambrienta, sedienta. Casi sobre Víctor, él intenta abrazar su hermoso cuerpo desnudo, pero ella se lanza sobre él con la velocidad de un destello.

En la habitación contigua del motel, se encuentra Richard Felton, un vendedor de maquinaria agrícola. Recostado en la cama, intenta disfrutar un poco de la televisión para despejar su mente. Su día fue agotador con múltiples entrevistas de ventas. Mañana le esperan muchas más. 

De repente, fuertes golpes de la cama contra la pared de la habitación contigua lo dejaron paralizado, sumido en un desconcierto que pronto se transformó en disgusto.

No tardó en escuchar los primeros gemidos, cuyo origen no lograba discernir si eran de placer o de dolor. Parecía como si algo obstruyera la boca de quien los emitía. Richard frunció el ceño y, acto seguido, esbozó una leve sonrisa. "Parece que mis vecinos tendrán una noche de sadomasoquismo", pensó, entre divertido y curioso.

Tomó el control remoto del televisor para subir el volumen y evitar escuchar el escándalo. Sin embargo, no fue necesario, pues los sonidos se apaciguaron, sumiéndose en la más profunda quietud. Richard suspiró, aliviado por la calma que volvía a reinar en el ambiente. Esa noche, podría dormir plácidamente, ajeno al hecho de que, a tan solo una pared de distancia, se desarrollaba una escena de horror indescriptible.


CAPÍTULO IV - 48 horas antes

Sandra caminaba a paso lento hacia la puerta de la antigua casona de la Sra. Bordeaux. No creía en horóscopos ni en adivinas, y en su mirada se percibía cierta incredulidad.

La exuberante vegetación que había colonizado las paredes exteriores le confería un aire encantador y misterioso. Sus ojos se posaron en las ventanas, adornadas con el antiguo arte del vitral, que parecía contar historias olvidadas. Si la anciana era un fraude, al menos había logrado crear un escenario enigmático.

Antes de que sus nudillos tocaran la puerta, esta se abrió, provocándole un sobresalto.

—Buenas tardes, Sandra. Te estaba esperando con un exquisito té —dijo la anfitriona con una sonrisa que le recordó a su abuela.

La sorpresa agradó a Sandra, reduciendo sus temores.

La Sra. Bordeaux guió a Sandra hasta la sala, donde una mesa estaba dispuesta con un juego de antigua vajilla de porcelana. El aroma de la infusión se percibía delicioso y frutal, envolviendo la atmósfera.

—Gracias por recibirme, Sra. Bordeaux. Como le expliqué ayer por teléfono, mi situación con mi esposo es insoportable. Sin embargo, ¿cómo puede usted ayudarme? He venido porque mi amiga Clara insistió —cuestionó Sandra, todavía algo incrédula respecto a los poderes de la anciana.

—Mi querida Sandra, ¿anhelas recuperar tu vida? ¿Ser libre para comenzar un nuevo futuro? ¿Deseas que tu esposo, Víctor, deje de ser una astilla que lastima tu corazón? —respondió la Sra. Bordeaux con voz suave, mientras tomaba unos sorbos de té.

—Sí, eso es lo que deseo. Pero, ¿cómo logrará usted hacerlo? —preguntó Sandra, cada vez más inquieta por la respuesta.

—Permíteme contarte, querida Sandra, que también fui traicionada por mi esposo. Fui vendida como esclava. Sin embargo, un milagro se cruzó en mi camino. Un ser especial me otorgó estos poderes. Me liberé del oscuro burdel al que había sido entregada y, digamos, apliqué una justicia severa a mi exesposo. Algún día te lo contaré en detalle —finalizó el relato con una dulce sonrisa y apoyando sus manos sobre el regazo.

Sandra quedó sorprendida, con la boca entreabierta, tardando unos segundos en reaccionar.

—Pero, Sra. Bordeaux, ¿cuándo fue eso? ¿Cuántos años tiene usted?

—Oh, querida, si te lo dijera, no me creerías. Pero no estamos aquí para hablar de mí, sino de ti. Suelo ser persuasiva con hombres como Víctor. Te prometo que en dos días tu vida volverá a ser tuya. Puedes ir despidiéndote de tu marido, pues no volverá a molestarte nunca más. Se irá tan lejos como pueda —concluyó la Sra. Bordeaux con una risa apagada, como si le faltara aire en los pulmones.

—Muy bien, Sra. Bordeaux —respondió Sandra, adoptando una actitud formal, y añadió—: Pero no me ha dicho cuál es el costo de su servicio.

—Considero que tu libertad no tiene precio. Pero, a pesar de ello, espero que seas justa y sensata. Dona una suma significativa a mi causa, una cantidad que esté a tu alcance —finalizó la anciana, mirando con intensidad, pero con dulzura, a los ojos de Sandra.

Ambas mujeres continuaron conversando sobre trivialidades y anécdotas relacionadas con Víctor. La tarde avanzaba, y la luz que penetraba por las ventanas se tornaba suave y dorada. El único sonido en la casa era el de sus voces y el tintineo de las cucharas al revolver el té.

—Uff, qué tarde se ha hecho. Debo irme —dijo Sandra.

Ambas mujeres se levantaron de sus cómodos asientos, adornados con figuras mitológicas talladas en la madera de los apoyabrazos y patas de las sillas. En la puerta, Sandra se despidió.

—Muchas gracias, Sra. Bordeaux.

—Por favor, no me llames Sra. Bordeaux, me haces sentir como una momia —respondió la anciana entre risas—. Llámame Helen.

—Gracias, Helen.

Desde la puerta entreabierta, la anciana vio alejarse a Sandra. Su rostro abandonó la dulce sonrisa, dando paso a gestos inexpresivos. Cerró la puerta con lentitud, sin parpadear desde que Sandra se dio la vuelta, como si el tiempo se hubiese detenido en ese instante.

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