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La Zona Fantasma (Fantasia)

Y si pudieras salvar su vida ¿Lo harías?

1190 palabras

El sol despuntaba en el horizonte cuando Víctor inició el ascenso por la escalera exterior de la torre de transmisión. Esta se elevaba treinta metros sobre el terreno en la zona de Vallejo, en medio de los cerros. Desde antes de su inauguración, los pobladores de la comarca se habían opuesto a la instalación de semejante estructura, argumentando desde principios ecológicos hasta el deterioro del paisaje. Pero la situación empeoró aún más: los usuarios habían reportado una interferencia fantasma en sus comunicaciones móviles. Es decir, voces ajenas que se colaban en sus conversaciones, y algunas resultando incluso perturbadoras.


La torre era una estructura tubular rematada con una barandilla que rodeaba un compartimento que alberga todo el equipamiento de transmisión. Encima de ella se situaban las cuatro antenas que cubren todo el territorio.


El viento frío golpeaba con fuerza a Víctor e incluso lo hizo detenerse; su arnés de seguridad lo mantenía sujeto a los escalones de la escalera, por lo que no corría peligro de caerse. Sin embargo, resbalar y quedar suspendido en el aire no le resultaba una idea agradable.


Al lograr llegar a la barandilla, un halcón peregrino lo recibió con un intenso graznido, abrió sus alas y se lanzó al vacío alejándose lo más rápido que podía de la amenaza que representaba Victor.

—Ya estoy en posición. —informó Victor por radio a Felipe, quien se encontraba en la central a diez kilómetros de allí, y entre los dos intentarían solucionar el problema.

Después de veinte minutos intentando encontrar el desperfecto y luchando contra el vértigo que le provocaba el leve vaivén de la torre por efectos del viento, creyó haber encontrado el problema.

—Felipe, la plaqueta amplificadora es el problema. —Pasaron un par de segundos y la única respuesta que obtuvo fue el sonido de la estática con una anormal reverberación. Acercó la radio a su oreja para intentar descifrar el mensaje oculto detrás de ese ruido, como si seres de otro mundo quisieran hablarle. —Entendido, avísame cuando la reemplaces e iniciamos las pruebas. —La respuesta de Felipe al máximo volumen lo hizo pegar un salto que por poco tira la radio por los aires.

Al comenzar a retirar los tornillos que sujetaban la plaqueta, creyó escuchar una risa infantil al otro lado del compartimento. Se detuvo y agudizó el oído, mirando hacia la base de la torre por si alguien se encontraba allí. No escuchó ni vio nada extraño. Supuso que sería el canto de algún pájaro. Encogió los hombros y curvó los labios brevemente antes de volver a la tarea.

Las risas surgieron apenas apoyó el destornillador en el tornillo, pero esta vez no se detuvieron. Victor abandonó su lugar y comenzó a caminar a paso lento hacia su derecha sujetando la barandilla con fuerza y estirando su cabeza para descubrir el misterio. Al ir acercándose, no encontró la fuente de las risas, pero al avanzar medio metro más logró ver el pie de una niña que corría dando la vuelta al compartimiento para esconderse.

—¡Niña, quédate quieta que vas a matarte! —gritó Victor esperando lo peor. Aceleró su paso para poder detenerla, sin embargo, no la encontró. Miró hacia arriba, y observó que la endiablada criatura con una chaqueta roja, había trepado al techo del compartimento donde se encontraban las bases de las antenas.

—Por favor, quédate quieta, ¡no te muevas! —imploró Victor, sin comprender cómo el viento no la derribaba a tierra,  estimó que la niña no tendría más de ocho años. Comenzó a trepar y cuando llegó al techo, la misteriosa visitante no estaba. Las risas ahora provenían de abajo; ella estaba en la barandilla observando a Victor.

Giró la cabeza lentamente hacia abajo y un escalofrío le recorrió la espalda, perdió por un segundo el equilibrio y sus manos se aferraron con tal fuerza al borde del techo que estuvieron cerca de acalambrarse. —¿Qué quieres? ¿Matarme? —preguntó Victor ofuscado. Sus ojos se clavaron en ella. No quería perder de vista a eso que ahora dudaba fuese una niña real. Tampoco tuvo valor para descender, prefería mantener cierta distancia.

—Ellos me enviaron. No quieren que toques la antena. —dijo la niña

—¿Quiénes son “ellos”?. —preguntó Victor sin abandonar su posición.

—Las personas que están muertas. Ellos pueden escuchar a sus familias desde aquí e intentan hablarles.

—¿Y tú quién eres? ¿Algún tipo de demonio que me matara cuando intente bajar de aquí? —preguntó Victor, temiendo que la respuesta fuese la peor de sus pesadillas. Sin embargo, la situación estaba a punto de tomar un giro inesperado. 

El viento arremolinó el pelo largo de la criatura sobre su rostro y con sus manos se lo quitó. —Me llamo Sofia Belen y soy una niña. ¿No lo ves? —respondió apretando su entrecejo y sus labios.

—Está bien, está bien. ¡No te enfades! Pero, ¿cómo es posible que estés aquí arriba y  hayas subido y bajado del techo sin matarte?.

Sofía Belén miró hacia abajo y guardó silencio mientras se encogía de hombros. Luego alzó la cabeza y respondió: —Estoy muriendo. Soy casi un fantasma como ellos, pero puedes verme porque todavía mi cuerpo sigue vivo.

A Víctor le pareció ver que sus ojos se habían humedecido y comenzó a descender.

—Por favor, dime. ¿Estás en algún hospital? ¿Por qué morirás?

—Porque me caí y tengo mucho frío. Cuando salí de mi casa para comprar en la tienda, el señor de gafas me tapó la boca. Intenté gritar, pero nadie me escuchó. Me llevó lejos en una furgoneta blanca. Me acuerdo que tenía tres pegatinas descoloridas de Mickey Mouse en el cristal de la puerta.

El corazón de Víctor comenzó a latir más rápido y su respiración se agitó. Se agachó para estar a la misma altura que Sofía y preguntó:

—Pero, ¿sabes dónde estás?

—Sí. Cuando detuvo la furgoneta, abrí la puerta y corrí. Era de noche y no podía ver bien. Me caí allí. —Sofía apuntaba con su mano hacia un pequeño precipicio que bordeaba la ruta. —Me gustaría que mamá y papá estuvieran aquí, los abrazaría hasta desaparecer. —agregó suspirando, como si fuera un deseo imposible.

Víctor esforzó la vista para localizar el lugar y divisó un objeto rojo.

—¡La chaqueta!

Víctor cogió rápido su radio y exclamó desesperado: —¡Felipe, llama a la policía! ¡Creo ver el cuerpo de una niña caída en un barranco. Está justo al sur de mi posición, a un costado de la 3201.

Víctor descendió deslizándose por la escalera para no perder ni un minuto más. Ella ya lo esperaba en tierra.

—¡Llévame a donde estás! —le dijo Victor, y ambos se internaron entre la vegetación del cerro para llegar al cuerpo.

Dos días después, y gracias a la declaración de Víctor que fue tomada con escepticismo, detuvieron en un control habitual de carretera una furgoneta blanca con tres pegatinas descoloridas de Mickey Mouse en el cristal de la puerta.

Cuando Sofía Belén logró despertar, reconoció al señor de gafas que la policía estaba investigando.

La torre de transmisión no dejaba de producir interferencias inexplicables. La compañía alegó que la compleja geografía del área distorsionaba las señales, transformándola en una inquietante zona fantasma.


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