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Intenta leer mi mente (Thriller Suspenso)

Reseña: El plan era perfecto. ¿Qué podría salir mal?

Ficha técnica: 2150 palabras 

Gian Carlo se adentró en la autopista Acceso Oeste desde la Ciudad de Buenos Aires, temprano en la mañana del domingo. "Qué suerte, poco tráfico", murmuró. A su lado reposaba una bolsa de plástico negro repleta de fajos de diez mil dólares, "nada de pesos", tal como le habían exigido para el rescate de su esposa. Además, llevaba consigo otro pequeño artefacto en el que confiaba para sacarlo del embrollo en el que se había metido.


Concentrando su mirada en las líneas de la autopista, comenzó a repasar en su cabeza todos los eventos que lo habían llevado hasta aquel momento.


Recordaba con claridad seis meses atrás, cuando se encontraba en su modesto taller de Mataderos, luchando por sobrevivir debido a la falta de ventas de sus esculturas. Ni siquiera las más económicas que había promocionado en Instagram encontraban comprador. Revisó por enésima vez la aplicación en busca de algún mensaje perdido, y allí estaba: Ana María Pereyra Brakleys, una distinguida y adinerada mujer, un par de décadas mayor que él, mostraba interés en sus obras y planeaba visitarlo para adquirir algunas de ellas.


Gian Carlo irradiaba serenidad y virilidad, con pómulos marcados que realzaban su elegancia, y una mirada penetrante que invitaba a perderse en ella. Ana María parecía haber caído bajo su hechizo desde el momento en que puso un pie en su taller. Este, aunque modesto, albergaba una atmósfera única. Las esculturas se apiñaban como sardinas, cubiertas de una capa de polvo que las hacía parecer reliquias olvidadas.


Bajo el pretexto de encargarle un busto para su residencia, las visitas de Ana María se volvieron frecuentes y las conversaciones, interminables. Gian Carlo comprendió de inmediato hacia dónde se dirigía todo aquello, optando por ignorar la brecha generacional y enfocarse en lo que el dinero y los contactos de Ana María podrían brindarle a su carrera.


Así que comenzó a hacer sus primeras insinuaciones con su clásico latiguillo, "intenta leer mi mente", y Ana María pronto comenzó a decir las palabras que quería escuchar de la boca de Gian Carlo.


Sin embargo, antes de dar el paso hacia el altar, Gian Carlo se vio obligado a firmar un acuerdo prenupcial que dejaba claro que no tendría ningún derecho sobre el patrimonio de Ana María en caso de separación o divorcio. Su única esperanza de heredar se limitaba al eventual fallecimiento de ella.


A pesar de este detalle, la ceremonia de matrimonio fue íntima, con apenas una veintena de personas entre amigos y familiares. Tras una luna de miel en Europa, la fama de Gian Carlo comenzó a ascender. Gracias a los contactos y amistades de Ana María, sus obras encontraron exposición en las principales galerías de arte de Buenos Aires, con claras perspectivas de ventas tanto en el país como en el extranjero.


La cabina del peaje de Ituzaingó lo sacó de su trance de recuerdos y lo devolvió a la realidad. Revisó su celular mientras reducía la velocidad. Tenía un mensaje de Sergio, el secuestrador, indicando que debía continuar hasta el próximo peaje de Luján para recibir más instrucciones.


Miró a su izquierda y divisó a una atractiva mujer al volante de un automóvil que lo rebasó a mayor velocidad. "Ahí fue donde empezaron mis problemas", murmuró para sí mismo.


Hacía justo un mes que conoció a Jazmín en la piscina de un exclusivo club de zona norte. Lucía una bikini infartante que robaba las miradas de los caballeros apostados como próceres de bronce en las reposeras. Desde el primer momento en que se vieron, cruzaron miradas. Gian Carlo se resistía; las cosas le iban demasiado bien como para meter la pata. "Pero una conversación inocente no sería un problema", se justificó. Antes de regresar esa tarde a la residencia, y utilizando su clásico "intenta leer mi mente", ya tenía a Jazmín comiendo de su mano y con una cita para el día siguiente.


Lo que comenzó como una aventura pasajera para Gian Carlo se convirtió en algo más serio, haciéndolo fantasear con mandar a la vieja al diablo. Pero perdería su lujoso automóvil, el cual Jazmín adoraba, y ni hablar de su prometedora carrera.


Exprimió su creatividad para buscar una manera de obtener lo mejor de ambos mundos, y lo encontró. Sin perder tiempo, se comunicó con su primo "El Turro" para ofrecerle un buen negocio. El Turro era el prototipo del vago profesional, cuyos negocios rozaban la frontera de lo cuestionable. Cubierto de tatuajes, intentaba emular al "chico malo", aunque su valentía se desvanecía más rápido que un billete falso en un banco.


Gian Carlo le propuso lo siguiente: secuestrar a su esposa y deshacerse de su cuerpo para que lo encuentre la policía, así él podría heredar al instante. El pago sería sustancioso cuando dispusiera del dinero de su esposa.


El Turro aclaró de inmediato que no era un asesino, podía secuestrarla pero nada más.


A lo que Gian Carlo respondió: "No tienes que matarla. La vieja tiene un marcapasos, lo estuve averiguando con la enfermera, y tiene que tomar un medicamento todos los días que no podrá tomar cuando la secuestres. Con un buen susto, quedará dura como una tabla".


El Turro aceptó, pero necesitaba ayuda, así que le pediría a su amigo "El Loco" que se uniera al negocio. Gian Carlo no conocía al amigo de su primo, pero supuso que él sabía lo que hacía. Y ese fue su segundo error.


Un estridente bocinazo lo devolvió a su carril cuando ya se acercaba al próximo peaje. Y para agitar aún más sus nervios, en ese preciso instante sonó un nuevo mensaje de Sergio. Después del peaje de Luján, le indicaba que debía continuar dieciocho kilómetros más y tomar la salida Cortinez Jauregui. Luego, debía girar a la derecha y pronto distinguiría una valla. Su instrucción era clara: traspasarla y seguir por el camino hasta divisar un campanario abandonado.


El Loco imponía con su presencia intimidante, respaldada por un historial que podría hacer temblar hasta al más valiente. Siempre llevaba consigo un revólver 38 corto, su arma favorita. Con su cabeza calva y una mandíbula tan pronunciada que parecía diseñada para abrir botellas de cerveza por docena. Su primo, El Turro, se limitaría a dar órdenes y a manejar la camioneta, mientras el Loco se encargaría del trabajo sucio.


Gian Carlo había persuadido a Ana María para que lo acompañara al centro comercial sin su habitual custodia. Luego, fingió haber olvidado su tarjeta de crédito en una tienda y se retiró con prisa a buscarla, dejando a Ana María sola en el estacionamiento. Fue en ese preciso instante cuando El Turro y El Loco aprovecharon para llevársela.


Su misión era simple, retenerla en un lugar seguro hasta que se cumpliera su infortunio. Sin embargo, el Loco estaba dispuesto a ir más allá y poner fin a su vida, mientras que El Turro, atormentado por la posibilidad de cargar con semejante carga en su conciencia, prefería esperar a que los acontecimientos siguieran el curso previsto por Gian Carlo.


Esa misma jornada, Gian Carlo presentó una denuncia, fingiendo un desconsuelo y una sorpresa absoluta que ocultaban su verdadera participación en los sucesos.


Ana María no recibió el trato al que estaba acostumbrada una dama de su posición, pero aun así evitó quejarse. Planteó una sencilla pregunta: “¿Cuánto han pedido por mi rescate?”. Las respuestas evasivas o confusas de El Turro la desconcertaron. No lograba comprender cómo alguien con tan pocas luces como él podía ser el líder, lo que la llevó a deducir que el verdadero cerebro detrás de todo no estaba presente. Ana María, hábil negociadora, comprendió al instante la dinámica entre sus captores y dirigió sus palabras hacia El Loco. Consideraba que, a pesar de su aspecto amenazante, era más susceptible a la influencia.


Ana María sembró primero en la mente de sus captores una simple regla que le devolvería todo el poder. “Sabrán que mi esposo no puede disponer de mi dinero, ¿verdad? Él no podrá darles nada, pero yo sí”. Al principio, El Turro intentó silenciarla, pero El Loco escuchaba con atención. Hasta que la señora hizo su oferta. Una cifra en dólares que logró el milagro de relajar su mandíbula.


En ese instante, El Loco comprendió que su socio lo estaba engañando y que sería más conveniente negociar directamente con la señora. Su trato hacia ella se tornó más afable, quizás le evocaba de alguna forma a su madre, a quien nunca llegó a conocer.


"¿Cómo te llamas, querido?", preguntó ella, a lo que él respondió: “Sergio”.


“Gian Carlo, me retiro de esto, debes tratar con Sergio, El Loco. No puedo hacer nada, o me volará la cabeza. Está furioso por el asunto del dinero”, fue el mensaje que El Turro envió a su primo. Y de inmediato, el nuevo líder llamó a Gian Carlo para darle instrucciones.


Ana María dedujo que su esposo estaría detrás de todo aquello, pues sus captores no parecían interesados en el dinero, sino más bien en su muerte, y el único beneficiado sería su amado Gian Carlo. Su plan era arriesgado, pero al menos le otorgaría tiempo; sembraría discordia entre ellos y, quién sabe, tal vez, solo tal vez, el destino la sorprendería para bien.


Sergio le indicó a Gian Carlo, la clave para abrir la caja fuerte de la residencia facilitada por Ana Maria. Debía tomar la autopista Acceso Oeste y traer todo el dinero. Para evitar traiciones, le comunicara como proseguir a medida que avance en su trayecto.


Gian Carlo deseaba tanto estrangular a su primo por su estupidez como desearía que la tierra se lo tragara. El tal Sergio se había convertido en una amenaza latente. En el futuro, cuando se agotara el dinero, podría chantajearlo para evitar que la policía descubriera su participación en el secuestro de su esposa. Su plan se había ido al carajo, pero ¿tenía alguna otra alternativa? Se devanó los sesos y luego se sumergió en la "deep web" en busca de cómo fabricar un explosivo. Descubrió un método que involucraba un reloj despertador, dos tubos de desodorante y un par de pequeñas baterías de 9 voltios. Planeaba colocarlo junto con el dinero, y cuando El Loco lo tomara, ¡zas!, adiós, Loco. Solo necesitaba asegurarse de que el despertador sonara en sus manos.

Tomó la salida Cortinez Jauregui, giró a la derecha y divisó la valla. Prosiguió por el camino y avistó el campanario abandonado. Más adelante, Sergio lo esperaba, indicándole con gestos que ingresara a un galpón bastante deteriorado, ubicado a unos veinte metros del camino. Siguiendo las instrucciones, avanzó y estacionó el automóvil. Sin perder tiempo, activó el despertador para que detonara el explosivo dentro de cinco minutos.

Al ingresar al galpón, se encontró cara a cara con Sergio, quien estaba parado al lado de una mesa, mientras que su primo El Turro ya se había ido hacía rato. Ana María, disimulando su disgusto, esbozó la mejor sonrisa que pudo al ver a Gian Carlo. “Mi amor, entrega el dinero al señor y vámonos de aquí”, dijo ella, mientras Sergio le lanzaba una mirada de reojo.


Gian Carlo avanzó, respondiendo con una leve sonrisa, e intentó contar mentalmente los segundos para entregar la bolsa justo antes de que estallara. Sin embargo, en un arrebato, El Loco se la quitó de las manos y la volcó sobre la mesa. “Aquí hay menos dinero de lo que ella dijo, y ¿qué es esto?”, dijo Sergio, alterado, agarrando el artefacto fabricado por Gian Carlo.


Al instante, Ana María acusó para generar un conflicto entre ellos: “En la caja estaba todo el dinero que prometí. ¿Qué hiciste, Gian Carlo?”.


El despertador sonó en las manos de El Loco sin estallar. Este se dio cuenta de que era algún tipo de trampa y tomó el revólver que llevaba en la cintura para poner fin a toda la situación. Pero en ese momento, el artefacto detonó los tubos de desodorante, arrojando la mayor parte de su contenido encendido sobre El Loco. El pobre desgraciado soltó el arma y comenzó a retorcerse en el piso con la esperanza de apagar el fuego. Gian Carlo también fue derribado al suelo, más por su estupor que por el efecto de la explosión.


Finalmente, El Loco logró apagar el fuego, pero su cuerpo quedó tendido en el suelo, sofocado. Ana María, demostrando un absoluto dominio de la situación, aprovechó para tomar el revólver.


Gian Carlo se incorporó y se encontró con Ana Maria apuntando a su cabeza.

"Mi amor, ¿Qué estás haciendo?", dijo, intentando mostrar sorpresa y angustia.


"Soy vieja, pero no estúpida. Podía soportar por un tiempo tu aventura con esa putita. Pero esto ha superado mis expectativas", dijo Ana María, mirando fijamente a los ojos de su esposo, y agregó: "Podría pegarte un tiro, alegando defensa propia. ¿Lo entiendes?".


Gian Carlo bajó la cabeza, reconociendo que ella ya lo sabía todo, y preguntó: "¿Qué vas a hacer?". Y ella respondió: "Intenta leer mi mente".


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