Reseña: Aunque no lo creas, los ángeles están entre nosotros.
Ficha técnica: 750 palabras
Iría al parque y se sentaría a respirar el aire fresco. Victoria necesitaba calmar su pena que la había perseguido durante años. Mientras limpiaba su casa, se encontró con un recuerdo de su hijo Lorenzo. A pesar de haberse deshecho de todo, siempre encontraba algo nuevo, como si quisiera enviarle un mensaje del más allá. No es que no lo amara, pero recordar lo sucedido le partía el corazón y le invadía una sofocación tal, que debía sujetarse de la pared para retomar el aliento. No quería estar un minuto más sola en la casa. Como si toneladas de recuerdos estuvieran derrumbando los muros, se lanzó a la calle con prisa. El parque estaba a tan solo dos calles, pero siempre hay algún vecino o amiga, y no quería hablar con nadie ni que la vieran llorar. Decidió recorrer el sendero que rodeaba al pueblo; casi nadie caminaba por allí. Era un buen lugar para librarse de su dolor. Al costado del camino, una frondosa hilera de pinos y quejigos la cubrían del abrasador calor de la mañana. Luego de caminar un tramo, escuchó pisadas detrás suyo, así que comenzó a caminar más lento para que su eventual acompañante se adelantara y continuara su camino, así ella podría seguir sola por el sendero. Pero el misterioso caminante también reducía el ritmo de sus pasos, parecía empecinarse en mantenerse detrás de ella. Victoria se detuvo y giró para ver quién era, sin embargo, no vio a nadie. Miró hacia un lado y al otro, con el mismo resultado. Se le ocurrió mirar el polvoriento suelo y para su sorpresa solo vio sus huellas; nadie caminaba detrás de ella. Lanzó una pequeña risa por lo sucedido y se dio la vuelta para continuar, pero delante de ella, un joven estaba parado. El susto y la sorpresa la inclinaron hacia atrás con tal fuerza que estuvo a punto de caer, si no fuera porque el joven la tomó del brazo y evitó el accidente. —Pero ¿quién demonios eres? —preguntó Victoria luego de recobrar el equilibrio. —Perdón, señora, no era mi intención asustarla. Yo soy el Príncipe de los Sueños —contestó el joven, inflando su pecho y enderezando su espalda. Victoria lo observó de arriba abajo, intentando recordar si algún vecino tenía algún hijo loco y ella tuvo la desgracia de cruzarse en el camino. El Príncipe vestía una camisa y pantalones color caqui con manchas de tierra, como si hubiera estado trabajando en el campo, y su cabello le llegaba a los hombros. —Si eres un príncipe, ¿por qué estás vestido así? —preguntó Victoria dando pasos cortos hacia atrás. —Me visto así para no llamar la atención y pasar desapercibido —respondió el Príncipe de los Sueños, ensayando su mejor sonrisa. —Gusto en conocerte. Buenas tardes —lo saludó Victoria e inició su caminata otra vez, manteniendo distancia del joven. —Lorenzo me envió. Me pidió que le diera un mensaje —dijo el Príncipe. Victoria, una mujer algo avanzada en edad, se detuvo y tomó su pecho con las manos, creyó que su corazón se detenía en ese instante. Giró hacia el joven. No podía emitir palabra alguna; su garganta se había cerrado como un candado. El Príncipe se dio cuenta e inició su relato antes de que la pobre mujer sucumbiera por su revelación. —La pelea de Lorenzo con su padre fue solo la excusa para que él se marchara y no la causa. Su destino era ser un héroe —las palabras del joven mantenían a Victoria en total expectativa—. No fue un accidente en la carretera como informaron los noticieros —agregó—. Lorenzo evitó una tragedia de proporciones mayores e intentó decírselo de muchas maneras hasta que me envió a mí. Victoria comenzó a sollozar reconociendo que era lo que su alma le decía a gritos y el Príncipe la abrazó como solía hacerlo Lorenzo. Luego continuaron hablando hasta que Victoria preguntó. —¿Y ahora qué harás? —Debo viajar muy lejos para evitar que una joven cometa una locura —respondió el Príncipe. —¿Crees que pueda acompañarte? Nadie me espera y ya estoy cansada de vivir sola en esa vieja casa. —Por supuesto, me vendría bien una voz con experiencia. Hay situaciones en las que no sé qué hacer —respondió el Príncipe. —Pues entonces vamos. ¿Qué esperamos? Pero a mí preséntame como la Reina de los Sueños, que soy más vieja —dijo Victoria con una sonrisa llena de luz que no mostraba hace años. Ambos continuaron caminando por el sendero hasta desvanecerse.