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El motociclista - Entre el cielo y el infierno (terror)

Reseña: El joven Derby inició un viaje por un sueño, en el verano de 1954, pero un demonio se cruzará en su camino. ¿Tomará la mejor decisión?

(2560 palabras)



Las dos ruedas de la BSA Golden Flash habían devorado kilómetros de ruta desde hacía un buen rato. Derby tomó muy temprano la Interestatal 25 rumbo al oeste, queriendo llegar antes del mediodía al pueblo de Rimber. Ocultaría la moto en un descampado y luego continuaría en autobús su viaje. Temía no llegar, pues el tanque extra de combustible estaba vacío.


El paisaje desolado y seco lo acompañaba desde hacía dos horas. Cada tanto se cruzaba con algún automovilista o zorros desprevenidos que cruzaban la ruta y que al escuchar el rugido del motor, corrían a ocultarse.


El viaje lo había planeado junto con su novia, Elene. Era la chica más díscola de su pueblo, pero Derby la amaba. Mientras el viento y el polvo golpeaban su rostro, sonrió al recordar cuando ella se refugió en su casa por una semana cuando su padre se empecinó en que fuera a trabajar a la tienda de su tía.


Seis meses después y antes de que empezara la primavera del '54, Derby compró una motocicleta y le propuso irse al oeste a probar suerte.


Elene pensó que sería una broma y preguntó: —Pero, ¿de dónde sacaste el dinero?


—Descubrí que mi jefe lo escondía en un hueco de la pared. Tomé lo suficiente para largarnos de aquí.


Elene, tomándose la cara con ambas manos, dijo: —Te descubrirán. ¡Avisará a la policía!


—Hoy renuncié. Ya no podrá culparme. —respondió el muchacho con una sonrisa a lo Elvis Presley.


Ella extendió sus brazos hacia arriba y saltó de alegría. —¡Por fin voy a ser libre de mi estúpida familia! —gritó con toda la fuerza de su garganta.


La familia de Derby era muy diferente. Su madre lo dejó de lado cuando tuvo a su medio hermano junto con Harry, su desgraciado padrastro. Más de una vez debió soportar en silencio un fuerte puñetazo en el estómago solo porque le molestaba verlo en la casa.


A medio kilómetro divisó la salida a Rimber. Forzó la vista para intentar ver algún letrero que confirmara que era la correcta, pues calculó que debería estar unos diez kilómetros más adelante. No tenía ninguna indicación, sin embargo, tomó la salida, pensando que en el peor de los casos daría la vuelta y retomaría la ruta 25.



Elene y Derby tenían sus claves de señas. Si ella se tapaba un ojo, significaba que distraería con su sensualidad juvenil al comerciante en el mostrador, mientras él hurtaba lo que pudiera de los estantes. Pero la señal más importante era llevarse las dos manos al corazón cuando se despedían; significaba “juntos para siempre”. Los ojos de Derby se humedecieron al recordarlo.


Había recorrido unos cinco kilómetros y nadie transitaba por la extensa cinta asfáltica. La motocicleta alcanzaba los ciento veinte kilómetros por hora cuando Derby tuvo que frenar bruscamente. Los neumáticos chillaron por la fricción y llenaron de humo el camino.


Este se había terminado en la nada, como si hace mucho tiempo hubieran abandonado su construcción. A un costado, la calavera resplandeciente de una vaca le recordaba lo inhóspito del paraje. La tierra, rajada por la sequedad, se extendía hasta el horizonte, y su imagen se ondulaba debido al ascendente aire caliente.


Se detuvo unos segundos, agitado por el susto de estrellarse contra las rocas. Escupió a un costado, quitándose la tierra de los labios, y exclamó: —¡Qué idiota soy! Me equivoqué de salida. No me habría pasado si estuviera Elene.


Aceleró un poco la motocicleta para emprender la vuelta, y la rueda trasera lanzó arena y piedras al aire. Miró el indicador de combustible: quedaba un cuarto de tanque. Tal vez debería caminar los últimos kilómetros. —¡Maldita estupida! ¿Por qué tuviste que hacerlo? —su grito se mezcló con el retumbar del motor, dejando una estela de sonido ensordecedor que llenaba el espacio.


Derby había comprado una motocicleta Hummer monocilíndrica de segunda mano. La maldita máquina consumía tanto aceite que detrás de ellos se formaba una densa nube de humo que impedía a los automovilistas conducir.


A mitad de camino, la Hummer se averió. Llegaron a un bar y gasolinera en medio de la nada, antes del anochecer. Derby llevaba un par de herramientas para hacer reparaciones de emergencia, pero el problema era la cámara de combustión, que se había partido por el desgaste.


Fue entonces cuando la luz de un vehículo los encegueció, y delante de ellos se cruzó un motociclista solitario que conducía una BSA Golden Flash y estacionó unos metros más adelante. Ella se tapó un ojo con la mano, y Derby entendió. Seducirá al extraño mientras él intentaba hacer arrancar la moto y la esperaría detrás de la gasolinera para huir hacia el oeste.



El motociclista, siempre visto por detrás por ellos, caminaba de forma muy seductora y avasallante. Parecía un joven de su misma edad, vestía una chaqueta negra y unos jeans ajustados. Ingresó al bar, y dos minutos después, Elene hizo su entrada teatral, la de una inocente muchacha buscando protección. Ella sabía cómo moverse para mantener la atención masculina. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle, simulando timidez casi virginal.


El joven era bien parecido, de mandíbula cuadrada y dientes perfectos. Con sus ojos, que invitaban a perderse en ellos, recorrió todo el cuerpo de Elene, tomándose su tiempo en cada detalle. Dijo llamarse Kevin. Tenía una forma muy sensual de sonreír y hablar; cada palabra que salía de su boca era música para ella.


Sin embargo, Derby estaba en dificultades. El maldito había asegurado la motocicleta con una gruesa cadena y un candado para evitar robos. Intentó abrirlo con las herramientas que llevaba, pero era de acero puro; imposible sin la llave.


Se paró bajo un farol para que lo iluminara y saltó un par de veces, alzando los brazos para avisar a su novia que necesitaba las llaves. Elene estaba en trance con la suave conversación, sus ojos pestañeaban muy lentamente, como acariciando las palabras. Vió de reojo a Derby y comprendió el problema. Ella se acercó al oído del motociclista y le susurró algo. Ambos salieron del bar, mientras la penumbra los envolvía, y se dirigieron a los baños. Elene le hizo señas para que no se acercara y esperara unos minutos afuera. Él comprendió que ella trataría de robarle la llave en un descuido y saldría de allí. Pero el tiempo transcurrió y no salieron.


Derby, temiendo que Elene estuviera en peligro, ingresó al baño con una pesada llave en la mano. Luego de traspasar la puerta, escuchó los gemidos salvajes desde uno de los habitáculos. Ambos estaban disfrutando de un apasionado sexo.


—¡Hijo de puta! —gritó Derby lleno de cólera, y golpeó varias veces al tipo en la cabeza con la herramienta hasta derribarlo. Elene se tapó la boca para no gritar y quedó paralizada.



—¡Solo debías robarle las llaves! ¡No follarlo! —gritó Derby, con los ojos enrojecidos de rabia y las manos manchadas de sangre. Se inclinó para comprobar si estaba muerto. Para su sorpresa, el rostro del desconocido le causó desconcierto. “¿Mi novia folló con este tipo?”, se preguntaba sin poder creerlo. Aparentaba unos cincuenta años, con una nariz puntiaguda y ojos hundidos. Tenía una sonrisa que parecía un tajo en su rostro, dejando ver sus finos dientes amarillos.


Observó que del bolsillo del pantalón colgaba un llavero metálico. Eran dos cuerpos entrelazados y uno de ellos tenía cuernos de carnero. Tiró de él y emergieron las preciadas llaves. Se puso de pie y se fue sin decir palabra, decidido a poner en marcha la motocicleta y largarse de allí.


Elene se apresuró a vestirse y huyó de la escena, saltando sobre el cuerpo inerte de su joven y atractivo amante.


Bajo el sol de la mañana, Derby, recordando los desagradables hechos, apretó los dientes y aceleró la BSA Golden Flash casi hasta el límite. Cuando creyó que por fin podía tomar la ruta 25, volvió a clavar los frenos. Los neumáticos marcaron, como crayones negros, rayas diagonales en el asfalto.


Había vuelto al mismo lugar donde la ruta estaba sin terminar y, a un costado, se encontraba la calavera resplandeciente de la vaca.


—¿Qué mierda está pasando aquí? —exclamó disgustado. Miró a su alrededor y el paisaje era monótono hasta el horizonte. Nada podía servirle de referencia para guiarse, solo tierra seca y rocas.


Sus ojos captaron una figura oscura en el espejo retrovisor; delgada y caminaba arrastrando una pierna. Giró la cabeza a la velocidad de un rayo, su corazón latía con fuerza en su pecho como si quisiera salir y su labio inferior comenzó a temblar.


No había nada, ninguna figura fantasmagórica caminaba por la ruta. —Elene. No me vengas con esta mierda. ¡Fue tu culpa, zorra! —maldijo al aire para infundirse valor.


Apretó los labios mientras que su respiración se agitaba. Decidió salirse del camino hacia su izquierda. “Atravesando este páramo y esquivando las rocas, tal vez logre cruzar la ruta interestatal”, pensó, considerándolo una buena opción. Y se lanzó sin esperar un segundo más. Los amortiguadores, forzados por el terreno, friccionaban sus piezas creando sonidos que anticipaban un mal augurio.



La marcha no era más que acelerar, frenar, doblar y volver a repetirlo sin cansancio durante quince minutos hasta que divisó el asfalto de la interestatal.


La motocicleta se montó sobre la ruta y aceleró intentando recuperar el tiempo perdido. El aire, con un fuerte olor acre, penetraba por su nariz; era el aroma a carne y ropa quemada.


Cuando Elene salió del baño, encontró a Derby bajo la luz de la luna, cargando de forma rápida y brusca las alforjas y el tanque extra de gasolina sobre la imponente BSA Golden Flash.


Ella se paró a un lado con los brazos cruzados, pero él no le dirigió la palabra ni la mirada.


—No sé qué sucedió. Hablaba de una forma hipnótica, tú también lo hubieras follado —dijo ella.


—¡Cállate y sube! —ordenó Derby, y ambos se alejaron dejando una estela de polvo y humo.


Recorrieron a toda velocidad unos cinco kilómetros; solo la luz del faro de la motocicleta permitía ver algo, el resto era devorado por la oscuridad. La tensión entre ellos se notaba en lo brusco que conducía Derby. Como en una película en bucle, recordaba una y otra vez cuando los halló en el baño. Los recuerdos se distorsionaban y hasta creía que ambos le habían regalado miradas y sonrisas de satisfacción antes del golpe.


—¿Vamos a estar todo el viaje así? —preguntó Elene. Su voz sonaba dulce pero suplicante, intentando ablandar el corazón de su novio. Él se mantuvo en silencio, luchando con sus demonios internos que estaban creando un verdadero infierno en su cabeza.


—Olvidemos todo esto. No haremos más el juego de la seductora y el ladrón —dijo la muchacha, mientras abrazaba con ternura y apoyaba con más intensidad su cuerpo y cabeza sobre la espalda de Derby. Ella creyó que estaba dando resultado pues la motocicleta redujo su velocidad y notó que él bajaba los hombros. La tensión se estaba disipando. Entonces, Elene esbozó una sonrisa y agregó: —Te amo desde la primera vez que te vi. Siempre te amaré, Kevin.



Las manos de Derby apretaron las manillas de los frenos con tanta fuerza que casi pierde el control. Sus cuerpos quedaron balanceados hacia adelante encima del manubrio.


—¡Perdón, amor! ¡Perdón! —suplicaba Elene, tapándose la boca con los dedos.


—¡Baja ya! —gritó Derby con furia, mientras él también lo hacía—. ¿Con cuántos más me engañaste, mentirosa? —Sin esperar respuesta, le lanzó una bofetada con tal ímpetu que la hizo trastabillar. Su cuerpo cayó sin control, golpeando su cabeza contra una roca que se encontraba en la banquina. Elene se desvaneció al instante.


El muchacho tomó consciencia por un segundo de su acción y corrió a arrodillarse junto a ella para reanimarla. Sin embargo, al tomarla entre sus brazos, comprobó que la roca, de forma muy irregular, había logrado hundirse en su cráneo, provocando una abundante hemorragia.


—¡No! —gritó, rompiendo en llanto. La mantuvo abrazada por un buen rato, sollozando sobre su hombro. Se culpó por el viaje, por haber robado la motocicleta, y es entonces cuando se dio cuenta de que había cometido dos asesinatos.


Vuelve a recostar a Elene en el piso y, manteniéndose arrodillado, su mente comienza a trabajar, abandonando toda emoción. Es hora de pensar con sangre fría cuáles serían sus próximos movimientos.


La muerte del motociclista no le preocupaba; no había forma de que lo asociaran con él. Solo debía deshacerse de la moto antes de llegar al próximo pueblo. Pero Elene era diferente. Cuando descubrieran su cuerpo, tarde o temprano descubrirían que estaba viajando al oeste con su novio y no habría rincón donde pudiera esconderse. No tenía una pala para enterrarla y dejarla abandonada no le parecía una buena idea. Hasta que vio el tanque de combustible extra. Arrastró el cadáver casi cien metros fuera de la carretera, internándose en el inhóspito paisaje. Derramó el inflamable sobre ella y encendió el fuego. En medio de la noche, las llamas mostraban tintes rojos y violetas, parecían demonios danzando una invocación.


Quedó de pie, observando en silencio. Pero cuando la carne comenzó a encogerse y mover las extremidades de forma involuntaria, se alejó. Su estómago se revolvió y lanzó por su boca lo poco que tenía dentro. Se limpió los labios con el antebrazo y se dirigió sin detenerse hasta la motocicleta.


El cielo despejado iluminaba el panorama con mucha intensidad. Derby, con los ojos entrecerrados para no cegarse y los pensamientos que le provocaban una fuerte jaqueca, conducía sin prestar atención al pavimento. No percibió que la ruta terminaba abruptamente. Intentó frenar a tiempo, pero la rueda delantera golpeó una roca y estalló. Él salió despedido y cayó sobre un claro de arena. Su cuerpo, tendido en el piso, tardó en reaccionar.


El sol del mediodía se clavaba en sus ojos como agujas, así que prefirió mantenerlos cerrados. Primero movió sus manos, luego sus pies. Con lentitud, movió sus brazos y piernas. Se palpó: no tenía huesos rotos ni sangre, pero le dolía toda la espalda. Se puso de pie y observó la motocicleta. Recostada sobre la arena y las piedras, se encontraba inservible y, a un costado, la calavera resplandeciente de una vaca.


Se inclinó hacia adelante porque la espalda le dolía mucho y le resultaba doloroso mantenerse en pie. Se tomó la cabeza con las manos, tratando de entender por qué siempre terminaba en el mismo lugar. Pero una pregunta agitó su corazón y le quitó la respiración: ¿Acaso esto es el infierno? Alzó la vista y descubrió con horror una figura delgada y oscura, que arrastraba una pierna y avanzaba hacia él. Su ropa y piel estaban quemadas, ya no tenía cabello y estaba al descubierto parte del cráneo y la quijada. Se llevó las dos manos huesudas al pecho y un susurro llegó a los oídos de Derby: “Juntos para siempre, amor”.


Reseña histórica de la motocicleta BSA Golden Flash 650


BSA (Birmingham Small Arms), originalmente una fábrica de armas, se diversifica en la producción de bicicletas y motocicletas a finales del siglo XIX. Su reputación creció rápidamente, y BSA era uno de los mayores fabricantes de motocicletas del mundo.


Introducida en los años 50, la Golden Flash era una motocicleta de alto rendimiento para su época. Su motor de 650 cc, unido a un chasis ligero y una aerodinámica cuidada, la convertían en una máquina rápida y ágil.


Trailer Book en Youtube


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